Aquí estamos, juntas. Parloteando sentadas en la mesa de una cafetería de pueblo. Elegimos la terraza, a pesar de la inclemencia del tiempo y de la fecha en la que nos encontramos. Somos así, decidimos desafiarlo y desafiarnos, a ver si aguantamos.
Y comenzamos a hablar, como si no hubiera pasado el tiempo desde la última vez en la que nos vimos, que la buena amistad hace cosas así, que no importan los días, los meses o los años.
Amigas de toda la vida, esas que te conocen tal y como eres, con las que te sientes segura y caminas a tus anchas. Con las que no mides las palabras, simplemente te dejas llevar.
Nos empezamos a poner al día de todo. De lo que te ocurrió tal día a tal hora, de cómo te sentiste cuando aquel desconocido pidió una canción para ti, cómo comenzó a tararearla delante de medio bar y comenzaste a reír loca y descabelladamente.
Intentamos arreglar el mundo, sí, lo intentamos. Con todas nuestras propuestas, con todas nuestras opiniones y todas esas ideas que férreamente creemos que servirían para algo. Las reuniones de amigas no serían tan auténticas sin estas conversaciones irrisorias. Reconócelo.
Nos vienen a la mente todos los millones de recuerdos que guardamos de todos nuestros años juntas. Nos impresiona la rapidez con la que todo pasa. Se nos escaparon todos esos momentos sin apenas darnos cuenta. Nos los arrebataron de las manos sin que nos diese tiempo a pestañear. No fueron ni mejores ni peores que ahora, pero erróneamente solemos caer en la dicha de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Quizá por el anhelo, la añoranza o la nostalgia que nos produce saber que esos tiempos no volverán. Porque nada vuelve.
De pronto nos vemos envueltas en deseos futuros, en frases del tipo “para el año que viene he decidido tal cosa”, “en 2016 me gustaría encontrarme en tal situación”, o “¿Te imaginas cuando llegué el momento…?”. Y en realidad, no hay mejor momento para todo lo imaginable que este preciso instante.
Vivimos constantemente con el deseo de futuro, que cuidado, no es malo, ayuda a fijar metas y conseguir objetivos. Pero muchas veces, demasiadas quizá, vamos pasando por alto todo lo que la vida nos ofrece hoy. Algo que si podemos tocar con las manos, que nos rodea, que nos grita con insistencia para captar la atención.
Por eso te pido que aflojes, que bajes la guardia, que te detengas y observes lo que te rodea. Que no todo es malo, que no es peor. Quizá encuentres la tranquilidad de saber que al final, lo que buscas, es justo lo que ya tienes.