Sensaciones

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Tocar el mar con la punta de los dedos. Enterrar los pies en la arena y dejarte arrastrar por el vaivén de las olas, que representan todo eso que somos, hoy aquí, mañana allí. Ese movimiento constante, esa fluctuación, esas ganas de arrasar con lo que se ponga por medio.

Y rompe, en el momento preciso, cuando ya no lo esperas. Y el ruido ensordece, llega a su cúspide, a su por qué, a su misma razón. Y seguidamente calma, con su melancolía subestimada, a su punto de partida. Al origen de toda reacción encadenada. Y pienso cuando llegará el día en el que rompamos con todo. Con cánones predeterminados, con planes diseñados y tallados a una medida que creían tuya, en los que ni siquiera elegiste patrón, ya vino dado, y confiaste, porque resulta más fácil confiar que volar lejos. Porque el vuelo es inestable y el batacazo puede ser tremendo. Pero te perderás las vistas,  las sensaciones que producen el aleteo, la subida de adrenalina por el cuerpo, y la incertidumbre de no saber qué pasará.

Un helado de colores, de hielo, como aquél arco iris que contemplábamos aquél fastidioso día de invierno, en el que llovía a cantaros, y tú cantabas, y yo reía, por tu disparatada forma de hacerlo, como si nadie te viera, dejándote el pulmón en cada palabra. Y la lluvia cesó por ti, pareció que también quería sonreír.

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El sol que abrasa, que diluye la melancolía de las apagadas y oscuras noches de invierno. Que destruye la frialdad y el ajetreo, las ganas de soledad, de languidez constante. El sol que atrae las ganas de locura, las voces que aumentan de tono, las risas que invaden las calles, los parques. El sol que extasía mi piel, que la ensombrece, la llena de vida. Y puedo con todo, llego a la luna si quiero.

El pájaro que canta a lo lejos, reposado en la rama, con la felicidad por montera, siguiendo a su propia naturaleza, su instinto, su fortaleza. Escucho la suave melodía, diseñada a medida por él, como si de un enigma tratara, preparada a conciencia, predispuesta a hacerme sentir algo. Creo que sabe que le escucho, que le presto atención. Y canta con más ganas si cabe. Gorgotea, como emanando notas a doquier. Predispone sus alas y marcha. E instintivamente pienso en lo que acaba de ocurrir, en todo lo que parecía querer decir. Y me apeno por la poca empatía que tenemos con cosas como esa. Por la poca importancia que le damos a este tipo de actos. Por la desgana y el desinterés por comprender, por sentirnos conectados con esa desconocida parte de la esencia que, a pesar del mundo en el que vivimos, seguimos compartiendo.

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Una sensación, el aroma de tus besos en mi piel. Con sabor a dulce, a fresco, a ganas. Acariciando con la yema de tus dedos mi espalda, dibujando un corazón gigante, invisible, perceptible, inmenso. Y me apartas el pelo y preguntas, y sé exactamente qué has retratado, pero me hago la dura, la fuerte. Y no sabes que estoy derretida, por ti, de ti. Que no es el calor, ni la sed, que no son estos días.

Y tú tiras y yo aflojo. Y correteas gritando mi nombre. Y sólo yo sé lo que me gusta eso. Mi nombre en tus labios. Tú esencia en mis brazos.

Y aquél corazón que quedó para siempre etéreo e impalpable en la piel.

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