Disfrutar. Amar. Vivir.

Aborrezco el postureo barato, porque es de todo menos real. La necesidad de plasmar en redes cómo nos sentimos en cada momento, con quién estamos o lo felices que somos. Me parece un mundo falso donde únicamente impera la “obligación” de dar a entender a los demás cosas superfluas y carentes de verdad. Me transmite frialdad, vanidad e hipocresía.

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¿De verdad somos más felices cuando lo gritamos al mundo? ¿Amamos más cuando lo hacemos ver a través de las redes sociales? ¿Cuando los demás cliquean más “me gustas”?

Tengo comprobado que las tecnologías nos tienen subyugados hasta el punto de creer que lo que no se plasma en una fotografía puede parecer que no ha pasado. No ha quedado constancia. Ni rastro. Y el momento, la sensación de disfrutar al máximo el instante. De ESTAR presente con todo lo que ello conlleva, casi ni cuenta.

Nos reunimos con amigos y debemos inmortalizar el segundo. Subirlo, etiquetarnos, poner un título gracioso y un par de hashtags. Y al fin descansamos. Ya hemos cumplido con esa parte imprescindible que comporta el acontecimiento. Podemos “comenzar” tranquilos a disfrutar del resto. Algo menos insustancial como las risas, las miradas cómplices, las palabras que tatúan el alma, los silencios que muchas veces expresan lo que la boca calla… Pero en fin, todo sea dicho, lo relegaremos a un segundo plano. Porque total, ¿Qué importa el contacto? ¿El tú a tú? ¿Esa sensación inexplicable que a veces surge entre personas que resulta imposible de deletrear? ¿Ese halo inconfundible que surge por un solo roce?

Luego están las personas que utilizan este tipo de medios como escudo. En él se sienten a salvo, más libres para decir lo que piensan, más valientes para juzgar incluso a veces para lapidar. No hay que dar la cara ni poner nombre, se sientan frente a un ordenador y todo es válido. Cualquier palabra, falta de respeto, opinión o crítica construtiva destructiva. Y te diré algo, soy una abanderada de la libertad de expresión, creo firmemente en ella, y la tomo como imprescindible e indiscutible. No cabe discursión válida sobre este tema en particular. Pero como todo en la vida, CON MATICES. Por favor, seamos consecuentes con lo que decimos. Seamos empáticos. Porque todo en la vida es cuestión de perspectiva, de ponerse en el lugar del otro. De tolerancia, respeto y educación. Que valores tan importantes como esos no decaigan, que no se esfumen y queden postergados a segundos escalafones. Deben primar. Siempre. Ante todo y PARA todo.

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El otro día, navegando por la red vi una foto que me llamó mucho la atención. Una madre sentada en el sofá con el móvil entre las manos pensando cómo poner en facebook lo mucho que quería a su hijo. Al mismo tiempo, el niño en cuestión, de unos dos o tres años aproximadamente, intentando llamar la atención de la madre a base de tirones en los pantalones porque quería comer. Y con esa simple imagen sobraban las palabras. Sobran ahora también.

Disfrutemos más. Pero como antes. A todo tren. Para nosotros. La fotografía más bella que represente la felicidad en todo su esplendor no será más que una utopía, porque no habrá momento para hacerla. El universo, en silencio, ya se encargará de congelarla en nuestra mente, en nuestros recuerdos y en nuestro corazón. Y no soy una negada de las tecnologías. Las utilizo y disfruto con ellas. Pero siempre en su justa medida, con cabeza, con raciocinio, intentando explotar lo bueno que nos aportan sin dejar que terminen dominando nuestro mundo.

Amemos más. Pero de verdad. Mirémonos a los ojos y dejemos que el resto fluya sin más. Recobremos las ansías por sorprender al de al lado sin maravillar al resto. Construyamos lazos con sensaciones, con momentos, con sinceridad. Dejemos de buscar palabras que galanteen la forma de comunicar. Basta con dejarse llevar. Con ser honestos con uno mismo. Con bucear en las profundidades de las entrañas y dejar que rebrote solo. Cuando se siente de verdad lo demás sobra. Y los poros de la piel se encargan de hacerlo ver. Porque las ganas vuelan incesantes sobre nuestras sombras. Y no se puede evitar.

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Vivamos más. Sin pensar si es el lugar idílico, si nos envidiarán por ello. Sin buscar el fondo perfecto, la óptica idónea o el brillo que remate una imagen de postal. No hacen falta cataratas, ni tener la ciudad a nuestros pies. No hace falta pisar el Himalaya o subir al último piso del Empire State.

Disfrutemos de la lluvia, de la tierra mojada, del café de las seis, de la conversación insustancial entre amigas en un bar muy cutre. Disfruta de la melodía que fluye entre las cuerdas de un violín. Disfruta con las personas entrañables, los abrazos sinceros y la sonrisa espontanea.

Quiero ser tan real como se pueda. Tan de carne y hueso que si me preguntas respondo, que si pellizcas me quejo y se me duele lloro.

Comprométete

Eres una persona extremadamente dulce. Eres dulzura en estado puro. Todo en ti es así. Tu forma de hablar, de expresarte, de sentir… Te miro y veo infinidad de cualidades. ¡Y tú sin saberlo! ¡Vaya paradoja! Tienes que creer más en ti. Me gustaría que lo hicieras. Que transformaras toda esa bondad que desprendes y consolidaras tu esencia. Que fueras consciente de las posibilidades que ofreces, que tienes.

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Saca el carácter. Vuélvete loca por un rato, o por mucho. Muérdete las uñas. Pellizca donde más duela. Equivócate. Deja de andar por las ramas y baja a la tierra de un salto. ¡Y qué si duele! ¡Y qué si fallas! No quieras controlarlo todo. No quieras agradar a todos. Eres como eres. Maravillosa, auténtica, extraordinaria. No intentes moldearte para encajar en ningún canon, porque no lo harás, no debes hacerlo. Brilla con tu propia luz. A sabiendas que otros querrán que se apague. No les des el gusto. No caigas en sus temidas redes.

Envalentónate. Salta y baila sin freno. Descarrílate. Enamórate de lo opuesto, de lo imposible. Y no declines ante nada. No bajes la cabeza. No aminores el paso. Suéltate el pelo, corre sin miedo. Mira adelante y canta. Grita si quieres. Que nadie enmudezca tus palabras. Que no se conviertan en silencios. Crece sin pensar en cómo. Madura con el tiempo. Déjate arrastrar por la sana locura. Y no tengas miedo.

Te lo pido. Coge tu corona de princesa y lúcela. Pero de verdad. Cómprala en el chino o en la tienda de la esquina. Llévala con orgullo. Allá donde camines te estarán mirando. Y tú así de feliz. Tanto como quieras. Me gusta verte sonreír. Tienes la sonrisa más bonita de todas, ¿Te lo había dicho?

No supliques amor. Él vendrá a ti algún día. Las cosas saldrán bien solas. Pero ya te lo digo, necesitas creer EN TI. Quiérete mucho para que otros te quieran. Refuerza tu autoestima. No quieras tenerlo todo atado. Deja que fluya. No intentes buscar porqués cuando no hay razones. Es y Es. Simple y llanamente. No te esfuerces cuando la tormenta está en contra. Hay veces que es necesario dejar ir. Perderse por otros caminos. Descubrir y asombrarse con parajes nuevos. Escala, investiga, rema, suelta el freno. Bucea en las profundidades. Enamórate del coral, del color de las aves, del verde de los campos.

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Hay muchas maneras de conquistar batallas. Tú eliges cómo.

Te lo aconsejo. Llénate la casa de post-its. Que te recuerden todo lo que eres. Llénala de buenas palabras, de buenos pensamientos, de extraordinarias ideas. Levántate con un “Buenos días princesa” asomando desde la lamparilla de tu cuarto. Que la palabra “sonríe” defina tu día. Pégala en el cristal del lavabo, acompañado de una carantoña de esas que inevitablemente surcaran una mueca en tus labios. Construye proyectos. Listas de cosas que te gustaría hacer. Y llévalas a cabo. Comienza en orden de prioridad. Lo que más ilusión te haga que encabece la lista. Te motivará a continuar. Y no pases a la siguiente hasta haberla hecho tuya. Hasta verla cumplida. Esas pequeñas victorias engrandecen el alma. Y te ayudan a florecer hasta límites insospechados.

Cambia de actitud. Radicalmente. Y haz lo que sientas. Sin miedo al “qué dirán”, ¡Ya ves! , ¿Qué más da?

Construye puentes, lazos a los que poder volver cuando te sientas sola, cuando queden ocultos los motivos para permanecer al pie del cañón, porque te aviso, ¡Ocurrirá! Lo bonito no permanece, al igual que lo feo, se esconden por momentos, y necesitas estar alerta, tener la fuerza necesaria para derribar los bloques y muros que te rodeen. Todo, absolutamente todo es como una espiral que no deja de girar. Igual estas arriba que abajo. Igual estás de un lado que de otro. Y todo cambia. Todo puede hacerlo con un simple CLICK. Y cambio de posición. Pero en eso mismo reside la grandeza. En la obligación de agradecer las cosas buenas que ocurren y disfrutarlas hasta no dejar ni gota, como en la necesidad de tomar lo malo como un reto y ser suficientemente fuertes y autodidactas para aprender de cada lección de vida.

Toma decisiones. Deja de lado las ganas de huir y comprométete. Con las personas, con las ideas, con tus aspiraciones, con tus deseos. CON LO QUE QUIERAS pero HAZ planes. No importa si todo comienza por apuntarse a un curso de BIKRAM YOGA o AQUAFITNESS. La importancia reside en tu predisposición a elegir. A saber qué quieres o qué buscas. Y si te equivocas lo dejas. Tantas veces como sea necesario. No temas fallar pero inténtalo. No te complazcas con seguir al resto. Que nadie decida por ti. Has de ser tu propio motor. Abastecerte de tus impulsos. PROBAR PARA CREAR. EQUIVOCARSE PARA ENCONTRAR.

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Hagamos un trato. No crucemos más palabras. Al menos por ahora. Que baste el silencio para entender que todo comienza con un cruce de miradas.

Espero verte al otro lado.

Mañana, ¿Quién sabe?

Que alguien a quien quieres te falle está en la lista “top” de las cosas que más duelen. Puede que la sitúe entre las tres primeras de la lista. Porque seamos sinceros, una caída duele mucho, desprenderse por los escalones como si únicamente fueras un saco de huesos te machaca enterito, pero… ¡Ay la decepción! Esa sensación de caer al vacío más profundo. De nublarse la vista y no encontrar palabras con las que lamentarse, las que describan exactamente cómo te sientes o qué esperas a partir de entonces. Porque el alma estalla sin compasión. Y los miles de cristalitos esparcidos por el suelo son tan diminutos que resultan imposibles de recomponer. Y ni siquiera sabes si deseas hacerlo.

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Es complicado vendarse los ojos y saltar sin cuerda por alguien. Pero lo hacemos. Siempre existe esa persona por la que navegaríamos sin rumbo. Por la que nos perderíamos sin saber qué será de nosotros. Por la que ni siquiera buscaríamos razones. El corazón basta, el impulso, el deseo de creer en la perfección de dos cuerpos, de dos almas que se encuentran para cabalgar al unísono, nos resulta suficiente.

Pero, ¿Qué ocurre cuando la persona por la que habrías sido capaz de hacer trizas tu mundo te decepciona? Que no queda nada. Ni ilusión, ni fe, ni ganas de que las hayan.

Soy una persona reservada. No me entrego a la primera de cambio, no desnudo mi corazón a diestro y siniestro. Soy precavida, bastante observadora y con una sensibilidad que ralla en el absurdo. No me gusta hablar por hablar, ni opinar por opinar. Intento ser lo más sensata posible y fiel a la persona que se oculta entre la imagen tan distinta que represento, de mujer fuerte, con un carácter imposible de domar. Con principios y creencias férreas. Con independencia y resolución.

Sin embargo, pocos saben que camino a tientas entre la gente, de puntillas, como un halo entre la muchedumbre floreciendo únicamente cuando creo que debo hacerlo. Cuando alguien se gana mi confianza hasta el punto de quedarme sin nada. Sin máscara, sin sombras, sin miedos.

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Por esa misma razón, la confianza es la base fundamental con la que construyo las relaciones que me rodean. Tiendo la mano aún sabiendo que podrás soltármela pero esperando que no lo hagas. Que decidas no hacerlo. Porque soy mucho más vulnerable de lo que crees. Y también me vengo abajo. También caigo  y necesito que me ayudes a levantar. Soy de carne y hueso, la sangre fluye por mis venas y mi corazón llora. Y no espero que seas el héroe del cuento. Ni que lleves la gabardina repleta de galardones. Te necesito a ti. Tan real como yo intento ser contigo. Transparente. Sin envoltorio. Sin parafernalia barata.

No quiero una decoración vintage, ni flores que endulcen el ambiente, no necesito velas que iluminen las sombras. No quiero regalos que enmascaren la verdad. No quiero sentir este dolor porque masacra todo lo que creía que éramos. Y duele mucho.

Necesito que seas capaz de mirarme cada día a los ojos con honestidad, sin medias tintas, con la cabeza erguida y la verdad por montera. No necesito florituras. Ni que intentes calmar mi sed. Me basto y me sobro para abastecerme. No quiero que suavices las palabras que quieres soltar por tu boca. Las dices y punto. Sin intermediarios ni intermitentes. Todo de una. No necesito que construyas castillos, ni puentes en los que cobijar tus ausencias. Sé que eres parco en palabras. Por eso te pido acción-ReAcción. Porque nunca he creído en lo que se dice hoy, y mañana se olvida. Es un “cada día”, no tener que dar nada por hecho. Porque igual que se hace se deshace. Y las personas tenemos límite. A veces, da la sensación de que jamás rallaremos en él, que la paciencia es infinita y el amor todo lo puede. Pero no es así. Un buen día te levantas y explotas. Y todo lo que has ido aguantando a lo largo del tiempo rebrota en ti y dices BASTA. La espuma comienza a salirse del tiesto y ni a dos manos consigues mantenerla a flote, se desmorona, se desploma al igual que tu mundo. Y de pronto eres otra, con diferentes metas, con distintos objetivos, con antagónicas prioridades. Y todo cambia. Y la pena es que no hay vuelta atrás. Que marcharé sin mirar por el retrovisor. Sin percatarme siquiera del equipaje y todo cuanto se queda en tierra firme. Apretaré el acelerador tan fuerte, que se formará una buena humareda. Para dejar constancia de “Yo estuve aquí y te quise”. Para que segundos después siga recordándote todo lo que marchó. Sueños, vida, lucha, esperanza y AMOR.

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Por eso te digo, que no sea necesario perder para valorar. Hoy estoy aquí, mañana… ¿Quién sabe?

“Siempre supo lo que tenía, pero jamás pensó que lo perdería”.

Distintos

Pocas cosas me producen más nostalgia que volver a un lugar en el que ya he estado y no ha cambiado (al menos de forma perceptible), para darme cuenta de lo mucho que lo he hecho yo.

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No sé si será el transcurso de los años, las experiencias o mi sensiblería la que me produce esta sensación melancólica ligada a una añoranza brutal de todo lo que pasó. Aún sabiendo que lo mejor siempre está por llegar. Y siendo consciente, casi de forma exacerbada, que el hoy que me regala tanto, es un tesoro del que no quiero desprenderme y deseo atesorar hasta que se me resbale de entre los dedos y termine una vez más, postrado en la alacena de mis recuerdos.

Un profesor mío, nos dijo una vez, que jamás volveremos dos veces al mismo lugar. Y siendo irrefutable esa premisa, tengo la sensación de que el tiempo transcurrió para todos y obvió el hecho, de que este espacio en el que me encuentro, ha sido bendecido con la virtud de lo eterno, lo imperecedero e infinito. Puedo decir, que todo, absolutamente todo, se encuentra exactamente igual a como lo recordaba. Incluso el aroma, la sensación de libertad, de encontrarse en la cúspide de la cima, contemplando el mundo desde un lugar privilegiado. Siendo esa hormiga diminuta capaz de visualizar el horizonte. Sin reglas. Sin horarios. Sintiendo la paz que muchas veces nos es negada. Naturaleza. Silencio. Soledad.

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Inspiro lentamente intentando capturar todo el aire que me envuelve. Sentirme parte del momento que intento acaparar. Grabar el instante en el álbum de mis memorias. Sé que todo cambia, yo también lo hago. No sé exactamente que me trae aquí. Quizá la necesidad de reencontrarme con una parte de mí de la que apenas queda nada. Mucho más vulnerable, menos reflexiva y más arriesgada. Porque es así, también fui mucho de lo que no soy. Por suerte o por desgracia todo se posiciona de forma distinta creando la misma belleza inigualable. Una transformación necesaria para el alma. Puede ser madurez, serenidad o raciocinio. Pero siempre quedará un atisbo de esa granuja sin miedo. Que se entregaba sin condición. Que luchaba sin descanso aún con las puertas cerradas a cal i canto. Aún sabiendo que el sopapo estaba garantizado. ¡Bendita inocencia! Maldito orgullo, vanidad o condescendencia. Los ojos se vuelven más claros a la vez que el corazón se embarra. Y, ¿De quién es la culpa? De los rasguños del alma. De las heridas que jamás cicatrizarán. Del miedo a volver al error. De la falsedad que cobija una verdad impura, desleal a lo que la razón busca.

Pero existe un pequeño tragaluz en las entrañas, que deslumbra con fuerza cuando las sombras se marchan. Que nos evoca los sueños que algún día tuvimos. Que sin saberlo seguimos teniendo. Quizá menos cuerdos, más huidizos e imposibles. Pero tan reales que se clavan como dagas en una piel con recuerdo, con una reminiscencia que fluye a la mínima ocasión. Que salpica dejando manchas inverosímiles, inviables e insuperables.

Porque no lo negaré, sentada sobre estas piedras tuve sueños. Sentí cosas distintas a las que siento hoy. Soñé con palabras que nunca pronuncié. Y tuve miedos que más tarde sorteé con pulso firme. Y ahora estoy aquí. En el mismo punto de partida. Dos corazones latiendo con fuerza, una ilusión que crece sin medida. Y me siento afortunada. El gozo no me cabe en el pecho y siento que poco más y exploto. Siempre lo he sabido. La felicidad es esto. No puede ser otra cosa.

Hoy también me iré. Dejaré aquí mis pensamientos, como quien los deja en una botella y los lanza a la profundidad del mar. Dejaré aquí una huella inapreciable para otros. Y como siempre, esperaré volver. Uno nunca sabe cuando lo hará, pero sí la intensidad con la que lo estará esperando.

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Son muchos años ya, muchas personas y un mismo lugar. Pero toca volar por otros cielos. Sucumbir a las profundidades de lo nuevo y dejarse impresionar. Nuevo mes. Nuevos proyectos y nuevas ilusiones. También viejas glorias renovadas. Seguiremos al pie del cañón. Esperando parajes en los que perderse o volverse a encontrar. Porque siempre lo he sentido así. Septiembre es el folio en blanco. La libreta nueva. La agenda escolar impoluta. Los libros forrados. El material que con mimo preparamos. Son caras nuevas, otras con las que nos reencontramos. Es el punto y aparte después de una pausa merecida. Es, al fin y al cabo, un inicio de año. Un renove para empezar de cero. Sin vicios. Sin sombras. Sin miedos.

¿Comenzamos?