Punto de inflexión

Es frustrante intentar ayudar a alguien que no se deja. Todos queremos dárnoslas de autosuficientes, de poderos, de autónomos frente a todo tipo de situaciones. Y, sin quererlo, se nos va de las manos, escapa a nuestro poder y termina produciendo completamente el efecto contrario. Porque admitámoslo, no somos dioses, ni máquinas capaces de soportar todo lo que venga, no estamos programados para seguir mirando al frente en situaciones que nos vencen, que nos hacen bajar la guardia y vernos desprotegidos, sin salida, sin ningún tipo de apoyo ni motivación.

chica lluvia equipaje

Permitamos y toleremos el punto de inflexión, el hombro donde llorar o los brazos a los que agarrarse. Eso no implica debilidad, seamos conscientes de una vez. Somos seres humanos, a lo largo de nuestra vida caeremos millones de veces, tropezaremos con las mismas piedras una y otra vez, nos equivocaremos y volveremos a recaer. Pero eso es así, es parte de la vida, del aprendizaje que se nos deja a cada paso que damos. No somos menos ni más superando los problemas solos o enfrentándonos a ellos desde el silencio, la desesperación y la angustia,  ¡Basta ya de martirizarse! No nos harán santos ni nos rendirán homenaje, no alzarán un busto en la plaza a nuestro nombre y, ten por seguro, que la soledad frente a la exasperación no hará sino más mella de la que ya por sí misma produce.

Es complicado estar frente a una situación siendo consciente que tus actos no cambiarán nada, ni las palabras, ni los consejos que han sido pedidos, ni siquiera esos.

Hay personas que eligen el bucle del que no quieren salir. A pesar del dolor que les cause se agarran a él como si les fuera la vida en ello, como si su esencia o su razón dependiera de eso mismo. No ven salida porque no la buscan y buscándola reinciden en ella persistentemente, volviendo de nuevo a la raíz del problema. Se quejan y de alguna forma son conscientes de su situación, de su desgracia, del deterioro que causa en sus vidas, y aún así, sabiéndolo, vuelven a olvidar lo vivido e insisten en aquello que jamás marchará. La historia se repite una y otra vez, el guión no cambia si los personajes siguen siendo los mismos, pensando y percibiendo las cosas de la misma forma. Pero algo he aprendido ¡Hay tantas formas de sentir! Y no todas ellas lícitas, sanas u honestas, o sí,  depende para quién y cómo. Dios, ¡Resulta tan difícil!

pareja en brazos lluvia

También soy consciente que los consejos siempre resultan más sencillos de dar desde una perspectiva externa, que uno no sabe lo que dice hasta que lo vive, hasta que lo experimenta en sus propias carnes, hasta que la tesitura queda igualada y se ve de lleno metido en una circunstancia desconocida, con las botas hasta arriba de fango y la cabeza revuelta de dudas. Sé que la seguridad queda relegada a un segundo plano cuando la confianza queda anulada, cuando intervienen más sentimientos que razones.

Pero también sé, que por encima de todo necesitamos y buscamos bienestar, la tranquilidad de saber que vivimos y somos de acuerdo a unos principios, a los nuestros, no a los de otros. Sé, que por encima de cualquier cosa estamos cada uno de nosotros, no con nuestras circunstancias ni con nuestras elecciones, sino pura y llanamente “nosotros”, cualquier cosa se vuelve secundaria ante algo tan transcendental como uno mismo.

Hay veces que es mejor callar y esperar, a que uno mismo reaccione, porque todos necesitamos tiempo, no se contabiliza por días ni años, es ilimitado y cada cual requiere el suyo. La protección para aquellos que nos importan es instintiva e imposible de eludir. Pero debemos ser conscientes de que cada cual somos seres individuales, y por ello necesitamos reaccionar por nosotros mismos. Encontrar el momento, nuestro momento, de decir ¡Basta! O ¡Hasta aquí! Será la mejor dosis de ayuda y superación. La que uno mismo elige.

amigas riendo

Por eso, y por infinitas razones más permaneceremos al lado, no delante ni detrás, no por encima, sino codo con codo, para que cuando vuelva a repetirse la canción de siempre estemos ahí para sostenerles, para ampararles en los momentos que prometerán no volver a repetir. Serán cuando más nos necesiten y les necesitemos. El amor, en todas sus variantes posibles, también forma parte de eso.

Ella

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Salgo decidida al escenario, sin ápice de indecisión, valiente, segura. El telón se abre, una expectación absoluta, silencio sepulcral e incalculables ojos escrutándome con la mirada, deseosos, impacientes. Un foco me ciega la vista por segundos. Voy intentando adaptarme a la luz, buscando entre las hileras de asientos. Y, por fin la encuentro, siempre lo hago. Ella.

La gente desaparece, la luz atenúa el ambiente, encuentra la óptica idónea. Para mí no queda nadie en la sala, ni ruidos, ni murmullos, ni sombras. A pesar de encontrarse la sala llena hasta los topes, mi única y exclusiva fijación la encuentro unos asientos más atrás. Con cámara en mano, emocionada, orgullosa, intentando captar y congelar el momento. Atesorar el recuerdo. Me saluda con la mano y me quedo tranquila. Ya puedo comenzar.

Siempre fue así. El pasar de los años no cambió nada, y es que hay cosas que es mejor dejar como están.

Siempre la quise impresionar, mi único y ferviente deseo era que ella me viera, que disfrutara de mí, que se sintiera feliz. Uno siempre intenta brillar con su propia luz, rebrotar entre lo común y sentir aprobación por parte de aquellos a los que uno quiere.

Adoraba el momento de bajar a toda prisa por el escenario y lanzarme a sus brazos, qué me dijera lo maravilloso que había sido y lo asombrada que estaba.

madre y bebe

Más adelante, una se da cuenta de las cosas. Siempre deseosos por agradar, por sentir reconocimiento. Y hay personas a las que no hace falta impresionar. Ya lo están, hagas lo que hagas, desde el primer minuto de vida.

Ella me quiso aún cuando no me conocía, cuando me sentía. Me quiere cada día más por lo que soy, incluso cuando yo no lo hago. Me conoce como nadie lo hace, cada cicatriz, cada mancha, cada lunar, cada huella que quedó y no se fue, cada abrazo que sentí, las taras que recosí a conciencia y todas las imperfecciones que se intentan ocultar.

Besó mis rodillas magulladas, mis ojos lagrimosos. Me infundió valor, y lealtad, a las personas que nos aman, a los que siempre están. Rezó por  mí, imploró por todo aquello que yo deseaba. Lo sigue haciendo, cada día sé que lo hace.

Me siento agradecida, bendecida, por todo lo que ella me da. Por su cariño infinito, por su saber estar. Es mi referente. Mi heroína. Mi punto de apoyo, el pilar que sostiene mi vida. Siempre pendiente de los demás, de satisfacer necesidades ajenas. De mirar por el otro, sin esperar. No sé de donde encuentra la fuerza, el tiempo que exprime hasta la última gota. La lucha y las ganas incansables, siempre a punto, lista, preparada.

madre e hija rulos

Todo lo que soy se lo debo a ella, y más aún, todo lo que no soy. Casi que por eso le debo más. Porque un niño puede llegar donde quiera, pero necesita apoyo, motivación, y eso jamás me faltó. También ella tuvo una buena maestra. Terminamos inconscientemente repitiendo exactamente aquello que vemos, incluso lo que prometimos no imitar. Somos un “copia y pega” de lo que hemos vivido.

No sé si algún día podré transmitir también yo algo del legado que involuntariamente me dejan. Pero también es verdad, y soy consciente, de que soy el resultado de retales del pasado. Mi historia y mis antepasados me definen. No provengo únicamente de mis exclusivas vivencias o desarrollo personal. Soy todo lo que otros fueron. Aquello que legaron, que pasó de padres a hijos, y hoy me llega a mí. Los valores, las costumbres, un hilo invisible e imperceptible que nos une, acumulan una esencia imperecedera e indestructible que sobrevive generación tras generación.

Soy parte de mi historia familiar, del gorgoteo del río que fluye sin más. Todo pasa, nada queda.

Hoy, necesito casi de forma imperiosa, hacerle un guiño al pasado. Honrar de alguna forma a los que ya no están, a los que intervinieron en mi crecimiento, a todos aquellos que, de alguna forma, me han hecho ser lo que soy.

Y, por supuesto, a ella, que cada día me recuerda que la felicidad depende de cosas tan sencillas como la familia. Gracias por contribuir a todo cuanto tengo, soy y seré.

madre e hija maquillandose