Me gusta la gente de corazón. Esa que cuando te abraza te reconforta, en la que palpas sinceridad. Porque siempre lo he dicho. Hay abrazos y gestos sinceros, y abrazos y gestos corteses, esos que se dan porque tocan, porque se requieren. Y te aseguro que se distinguen, que uno los reconoce al instante. Transmiten un calor distinto, un color distinto, una forma de sentir distinta. Me zambulliría en ellos sin pensarlo, y no los soltaría nunca. Saben a estar en casa, a querer quedarse. Saben a familia, a nuevas oportunidades, a apoyo incondicional, a base, soporte, a dosis desmedidas de protección. Saben a autenticidad.
Me gusta el olor que desprende el césped recién cortado. Me transporta al verano, a días soleados sin preocupaciones. Me hace recordar momentos felices. Me transmite calma, bienestar y mucha pureza. Me apasiona cobijar mis pies en él, y andar descalza, sintiendo cosquillas a cada paso, y algún que otro pinchazo, leve y bastante imperceptible, pero suficiente para recordar que es tierra y hierbajos. Suficiente para reconocer que bajo cualquier halo de confort o placer también habrá pesar, y no por ello perderá valor, ni yo perderé las ganas de seguir estando o sintiendo. No por ello dejará de parecerme bello. Podría decir que incluso me gusta más que la sensación de caminar por la arena del mar. Y no por ello subestimo a ésta última, que siempre evocará nostalgia, romanticismo y paz.
Me gusta el olor a romero. Soy una acérrima partidaria de embadurnarme con él después de una ducha, con aceite de éste arbusto, para deleite mío. Es mi momento de gloria, mi ritual secreto para días en los que no se puede más. Un capricho tonto, banal y un tanto insustancial, pero para mí ¡Tan necesario! Su aroma me lleva de vuelta a mi infancia y me hace sentir segura. Me hace sentir que pertenezco a algo.
Y con nimiedades así me doy cuenta que los primeros años marcan para siempre. Que la niñez se perpetúa y nos acompaña a través de actos o gestos como estos. Que de alguna forma lo vivido durante ese tiempo queda para siempre en el subconsciente y cualquier cosa que nos la recuerde nos producirá sosiego y gozo.
Adoro las noches de sofá, manta hasta el cuello y té caliente. Pero con ella, siempre con ella. Compartir esa complicidad de un gusto mutuo, de cháchara insustancial y donde cualquier canal en la televisión es válido. No importa lo que echen, es por el placer de estar juntas, de reservar esos minutos para ambas, de atesorar momentos. Es la maravillosa sensación de no hacer falta decir nada y estar diciéndolo todo. Los mejores recuerdos siempre provendrán de momentos así. Al final las cosas sencillas son las que engrandecen a uno y las que jamás se espera olvidar.
Me gusta el chocolate en pequeñas dosis, reactiva una parte en mí de forma automática. El cuerpo me lo pide cuando lo necesita, cuando se resiente, cuando ve que el combustible escasea y necesita recargarlo, levantar el ánimo, coger impulso. En abundancia me cansa, me empalaga y me hace repudiarlo. Un dulce no amarga pero puede hacer que lo aborrezcas hasta la saciedad. El término medio, lo equidistante es lo que siempre pretendo alcanzar y lo que admiro en otros. Saber cuándo oponerse o transigir. Cuándo quedarse o irse, cuándo estar.
Para éste 2016 no elaboraré ninguna lista de propósitos, primero porque nunca lo hago, me gusta que me sorprenda y sorprenderlo, no anticiparlo a aquello que espero. A veces es bueno dejarse llevar y simplemente vivir. Que muchas de las veces perdemos el tiempo pensando en todo lo que nos gustaría sin levantar la vista y observar todo cuanto tenemos. Y segundo, porque seguramente no cumpliría ninguno de ellos.
A pesar, de que salgo del 2015 con algo de sabor agridulce no puedo sino agradecer todo lo que me ha dado.
Y ahora sólo me queda desear que mucha gente de corazón se cruce en vuestra vida, para enriquecerla e ir sumando experiencias, aprendiendo y viviendo. Deseo que os refugiéis en todo aquello que os haga felices, que os haga recordar todo lo que sois y porque lo sois. Exprimir hasta el fin las noches de té, café, risas o llantos, de palomitas y chucherías o de todo lo que imaginéis, pero hacedlo con ellos. De ninguna otra forma tendría sentido.
Deseo con todas mis fuerzas que éste 2016 venga cargado de gratas sorpresas para cada uno de vosotros. ¡Feliz entrada de año! ¡Feliz 2016!