Llámalo como quieras

Dicen que las oportunidades se presentan sin avisar. Que hay que estar alerta, porque cuando lleguen tendrás un promedio de dos segundos para lanzarte a ello. No habrán pausas, ni siquiera se te concederá el minuto de gracia. Será ese momento o no volverá a ser. Te quedarás con cara de bobo, con las maletas apelotonadas en tus pies mientras el viento revuelve tu cabellera y el tren que no cogiste pasa a una velocidad de vértigo que te impide ver con claridad todo lo que ya no podrá ser.

buen viaje

Te culparás. ¿En qué maldito momento? ¿A qué maldita hora? Pero será tarde. No habrás sido lo suficientemente rápido para abalanzarte a él. Te perderás pensando las manos que te harán falta para embarcar el equipaje, sin saber que lo verdaderamente importante estará dentro, que no hace falta más que la muda que llevas y un salto bien grande que consiga meterte dentro sin dilación.

No es la vieja estación de tren. Al igual que no es el destartalado reloj que cuelga de la pared. No será el tiempo que tardaste en llegar. Ni los minutos perdidos acordonándote los zapatos. No fue aquel amor. Ni siquiera los que vendrán. No fueron excusas. Fue más bien el miedo que te impidió avanzar. Las razones que quisiste encontrar. Fue la balanza de “lo que soy” y “lo que me gustaría ser”.

Es esa milésima de segundo que parece extenderse en el tiempo, que consigue paralizar tu mente. Es esa fracción de segundo por la que pasan miles de fotogramas con su particular visión de los hechos, y sus consecuentes viñetas anexas de futuras consecuencias. Es esa perfección y ese miedo al fracaso, al error que puede conducir a un perpetuo arrepentimiento.

Pero ya escarmenté una vez. Te arrepentirás de todo lo que te hayas perdido, de nada más. Porque lo hecho devengará en un logro o un mero aprendizaje.

Muchos dicen que las oportunidades. Creo que yo me quedo con las LOCURAS. Esas por las que mueres de risa al recordarlas, las que hacen sonrojar tus mejillas o las que te hacen llorar como si no hubiera última vez. Son esas que compartiste, que quedarán guardadas bajo llave en el cofre de “nunca saldrán de aquí”. O aquellas que salieron como una fecha del corazón, un impulso insensato y que tú mismo siempre negarás.

Las mejores son las que no se piensan, porque si se hace dejan de serlo. Son esas que al recordarlas te avergüenzan, las que hacen preguntarte ¿De verdad fui yo? ¿Y lo hice? Porque por mucho que quieras aparentar y dar a entender que simplemente devino de una enajenación transitoria y que por el jamás de los jamases volverás a repetir, sabes que mientes, que un mini tú se reconcome por dentro de la risa y te dice que te gustó, que acertaste, que lo que va delante no te lo quita nadie.

risa

Todos las tenemos. Al igual que aquellas que no hicimos. Y confiésalo, esas duelen infinitamente más. Se quedarán ya para siempre en el montón de lo que pasó de largo, y da mucha rabia, porque las tuviste en tus manos y las dejaste caer. No puedes volver atrás ni puedes hacerlas ahora, fueron entonces y ya no son.

La mayoría van ligadas a un periodo de tiempo, las circunstancias cambian cada vez que la aguja del reloj avanza, porque ya sabes, nada se detiene, ni siquiera todo lo que esperas hacer. Los años cambian la perspectiva de las cosas y las situaciones, y lo que en ese momento pudo haberse hecho con los ojos cerrados ahora no es más que un imposible.

Lo hubieras hecho, si volvieras atrás lo harías. Ahora todo es diferente, el color ha cambiado y las personas también, incluso tú lo has hecho.

Ahora mismo la tienes en mente. Sabes perfectamente de lo que te estoy hablando. No sé si será él. Si un par de besos no le hubieran hecho daño a nadie. Si fue el trabajo absurdo que no te atreviste aceptar. No sé si fueron las ganas de salir corriendo, pero algo te frenó los pies, y ahora hubieras sido más valiente, más libre. No sé si fue aquel avión que voló sin ti. El que te dejó vacía y sola, con billete de ida entre las manos, y sueños que finiquitaste a golpes de “sí o no” en una butaca negra de un aeropuerto aún más negro. No sé si fueron las palabras que no salieron de tu boca o aquella indiferencia que escogiste mostrar, y que poco a poco te consumía el alma. No sé si fue esa infinidad de veces que cogiste el teléfono, marcando una y otra vez el número para colgarlo al instante. No sé si fue la maldita canción o aquellas palabras que salieron de no sé donde las que frenaron tus pies, las que cortaron tus alas y las que atestiguaron ese infructuroso saco de “posibles”.

chicas coche amigas

“La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma, que cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca” Heinrich Heine.

Y es que a veces, solo a veces, lo que comienza con un simple trastorno, o llámalo como quieras, puede terminar siendo alguno de los mejores recuerdos.

Vuélvete loco un rato. Vuélveme a mí contigo.

P.d: La locura siempre nos llevó a amarnos un poco.

Recuerdos de aulas

Yo, sentada en la última fila del aula, con la incertidumbre propia del primer día, del comienzo de algo. El sitio que escogí me permitía visualizar la complejidad de todo cuanto me rodeaba. El alboroto comenzó a desencadenarse.

Estaba tranquila, a expensas de lo que pudiera suceder, sin ideas fundadas de antemano, sin perjuicios, dejándome llevar.

mujer escribiendo vintage

La asignatura no se asemejaba a ninguna de las que estaba cursando en la carrera, era completamente distinta, quería romper con los cánones propios y estipulados para alguien a quién le esperaba un futuro completamente antagónico. Fue libre elección. Es cierto que su nombre me transmitió algo.

Un portazo me sobresaltó, y ahí estaba, denotando autoridad, con esa seguridad arrolladora.

Sus primeras palabras, “Lo único que espero del día de hoy, es que alguno de vosotros se vaya de aquí con la sensación de que ya no es la misma persona que entró por esa puerta. Dudas, preguntas, asombro, ganas de cuestionarse cada cosa que ocurra, desconcierto…”

En ese momento ya no puede dejar de escuchar, quedé embelesada por cada uno de los vocablos que pronunciaba.

Fue mi mejor elección, disfruté de cada día en el aula como la que más. Habría vuelto a repetir asignatura una y otra vez, lástima que no se me diese la oportunidad.

Lo que voy a decir a continuación parecerá un disparate, pero juro que obligué (literalmente) a alguien a quien tengo mucha estima a acudir a una de aquellas clases, aunque no estuviera matriculado, ni siquiera en aquella facultad. Sólo quería que disfrutase de la manera en la que yo lo hacía. Que tuviera la oportunidad de adentrarse en todo aquél jaleo emocional que se ocasionaba desde que aquél chiflado profesor entraba por la puerta, día tras día.

hombre leyendo puro

Aprendí que la locura tenía que ser algo bueno si te convertía en una persona como aquella.

Tan sabía, con tantas cosas que ofrecer.

Sólo quería empaparme de toda esa pericia que encontraba aneja a él.

La persona que me acompañó aquel día terminó suplicando salir de allí. No comprendió ni una sola palabra de todo lo que aquel hombre decía. Y yo, internamente me prometí, que aquellas extravagancias y contrasentidos los mantendría alejados de la realidad que me esperaba al salir de allí, por lo que pudiera pasar.

Durante todo el año, no hice ni una sola anotación en el cuaderno. Me quedaba con los brazos sobre la mesa, siguiéndole con la mirada, mientras se paseaba de arriba abajo, atenta a cualquier descuido que pudiera pasar por alto, maravillada, encandilada.

niños en clase

Hoy le recuerdo como si todos esos días no se hubieran quedado tan atrás, con todo el cariño que me producen esos recuerdos.

Me fascina darme cuenta de lo influyentes que pueden resultar algunas personas. Chasquean los dedos, y con su naturalidad y saber estar cambian las cosas. En mí algo cambió, después de todas aquellas lecciones. Entré en esa espiral de transición casi desde el primer día.

Ni siquiera será consciente de todo lo que significó para mí. Nunca pude decirle ni una sola palabra, a pesar de que varios días me lo encontré sentado en alguna cafetería de los alrededores. Siempre con las ganas de acercarme, con las ganas de preguntar, de sentarme y dejarme impresionar. Me quedé con eso, con cosas que decir.

Hoy, releo alguno de los libros que escribió.

Lo que está claro, es que hay profesores que dejan huella. Que pasan por nuestra vida fugaces y atropelladamente, y se nos queda el sabor de lo bueno, de toda esa gratitud.

Quizá algún día escriba sobre alguna de las cosas que intentó enseñarnos. Aunque no garantizó que pueda hacer llegar el mensaje tal y como él lo hacía.

Nos leemos por las aulas.