Cuando te veo en mis sueños

¡Qué misterio el de los sueños! Sentir que puedes acariciar a alguien de la misma forma y con la misma intensidad que en la realidad, ¡Es mágico! Desde luego que lo es. Un mundo paralelo, incomprensible y a la vez aún demasiado inexplicable. Algo intangible que puede transportarnos directamente al lugar que anhelamos, con las personas que echamos en falta y los sentimientos que el tiempo parece ir olvidando.

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Y todo vuelve a su lugar. Como si no hubiera existido ese corte, ese punto y final, esa despedida con ese afligido adiós. Jamás ha habido interrupción. Todo sigue como si nada. Sigues sonriendo de la misma forma y yo te abrazo por detrás. Quiero aprovechar el tiempo que me queda, porque despertaré y volverás a dejarme.

Abro los ojos y algo me dice que ha sido real. Que has estado aquí. Porque sino ¡Ya me dirás! ¿Cómo explicar esta paz que me queda? Esta felicidad que salpica todo a mi paso. Esa sensación de bienestar, de plenitud, de agradecimiento.

Es un pequeño espacio que compartimos, que reservamos exclusivamente para nosotras. Sabemos que siempre nos tendremos, de una forma u otra. Nadie ni nada nos privará de ello. Un pequeño templo, quizá en otra dimensión, en la que podemos contarnos las cosas, volver a revivir aquello que tan bien nos hizo sentir. Contarte al detalle las novedades con las que la vida me ha ido obsequiando.

Algunos dicen que los sueños amparan los miedos, los deseos, o lo más recóndito de nuestro ser. Otros sin embargo, pueden llegar en forma de advertencia, de recuerdo o enseñanza.

Yo sé, que de alguna forma, no me preguntes cuál. Llegas hasta mí para hacerme llegar las palabras que quizá me falten, el beso que necesito o el calor del abrazo que amansará la fiera y me hará sentir en casa. Porque por muy fuerte que aparente ser, necesito de vez en cuando sumergirme entre los brazos para cobijarme, sollozar sin motivo y quejarme sin causa.

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Ahora, que además estoy en una etapa de grandes cambios, necesito como agua de mayo la fortaleza que tú tenías. Reconozco, que hay días en los que me entra un vértigo tremendo, a pesar de desear con fuerza que todo llegue a la velocidad de la luz, porque si hay algo que no puedo frenar es eso, el deseo. Pero dicen, que cuando visualizas por fin ese comienzo, ese atisbo de materialidad de aquello que tanto tiempo llevas esperando, ASUSTA.  La incertidumbre entra a grandes zancadas como elefante en una cacharrería. Y no sabes si llorar o reír, o hacerlo a la vez.

Así es como me siento, con dos personalidades rivales intentando ganar la batalla, hacerse hueco a codazos y volverme loca. Que hay días en los que me como el mundo y otros me comen a mí. Mi parte más endeble (que la tengo) reclama a grito pelado auxilio, con pañuelo blanco incluido, enarbolándolo como cuál bandera.  Y ahí me zambulliría sin pensarlo en el bálsamo de tus besos (qué bien sé que son curativos), como cachorrito abandonado en búsqueda desesperada de sus progenitores. Que a veces soy más niña de lo que parezco, mucho más, insoportablemente más. Vuelvo a las andadas y sólo quiero mimos, carantoñas y sentirme a salvo. Qué, ¿Quién no busca eso? Vivimos con esa reminiscencia de los años y los momentos de antaño que nos hicieron sentir seguros. Y da igual la edad, o el carácter fortachón que tengamos. Somos más vulnerables de lo que mostramos. Todos bajamos la mirada ante la inquisitiva regañina de una madre. Y todos, ABSOLUTAMENTE TODOS, vivimos en la búsqueda incesante del amor. En esa imperiosa necesidad de amar y ser amados. Sea en la forma que sea. No desvirtuéis mis palabras agarrándoos únicamente a ese amor conyugal, romántico, (——) (poned aquí el adjetivo que os plazca) porque estoy generalizando, multiplicando al máximo exponente. Porque siempre he creído que el amor va de eso, de sumar, multiplicar y dividir, pero no restar. Al menos lo que yo entiendo por amor.

Así que no sé lo que vendrán a significar estos encuentros furtivos. Estas palabras que nos cruzamos en zonas extrapoladas donde nada es tan real como parece ser. Pero las agarro con fuerza, las recuerdo con la nitidez necesaria para confundirlas con momentos que sí puedo capturar en instantáneas y mostrarlas después. Pero vete tú a saber, cual es el límite, la divisoria o el linde entre lo que tangible e intangible, lo cierto, verídico y lo que no.

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Que nada es tan razonable como a simple vista parece ser. Y lo que tú percibes no lo hago yo y a la inversa.

Dime, ¿Cuántas veces has sentido algo que no has podido explicar? ¿Lo considerarías tan real como respirar?

Yo ya tengo mi respuesta. Espero la tuya.

Distintos

Pocas cosas me producen más nostalgia que volver a un lugar en el que ya he estado y no ha cambiado (al menos de forma perceptible), para darme cuenta de lo mucho que lo he hecho yo.

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No sé si será el transcurso de los años, las experiencias o mi sensiblería la que me produce esta sensación melancólica ligada a una añoranza brutal de todo lo que pasó. Aún sabiendo que lo mejor siempre está por llegar. Y siendo consciente, casi de forma exacerbada, que el hoy que me regala tanto, es un tesoro del que no quiero desprenderme y deseo atesorar hasta que se me resbale de entre los dedos y termine una vez más, postrado en la alacena de mis recuerdos.

Un profesor mío, nos dijo una vez, que jamás volveremos dos veces al mismo lugar. Y siendo irrefutable esa premisa, tengo la sensación de que el tiempo transcurrió para todos y obvió el hecho, de que este espacio en el que me encuentro, ha sido bendecido con la virtud de lo eterno, lo imperecedero e infinito. Puedo decir, que todo, absolutamente todo, se encuentra exactamente igual a como lo recordaba. Incluso el aroma, la sensación de libertad, de encontrarse en la cúspide de la cima, contemplando el mundo desde un lugar privilegiado. Siendo esa hormiga diminuta capaz de visualizar el horizonte. Sin reglas. Sin horarios. Sintiendo la paz que muchas veces nos es negada. Naturaleza. Silencio. Soledad.

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Inspiro lentamente intentando capturar todo el aire que me envuelve. Sentirme parte del momento que intento acaparar. Grabar el instante en el álbum de mis memorias. Sé que todo cambia, yo también lo hago. No sé exactamente que me trae aquí. Quizá la necesidad de reencontrarme con una parte de mí de la que apenas queda nada. Mucho más vulnerable, menos reflexiva y más arriesgada. Porque es así, también fui mucho de lo que no soy. Por suerte o por desgracia todo se posiciona de forma distinta creando la misma belleza inigualable. Una transformación necesaria para el alma. Puede ser madurez, serenidad o raciocinio. Pero siempre quedará un atisbo de esa granuja sin miedo. Que se entregaba sin condición. Que luchaba sin descanso aún con las puertas cerradas a cal i canto. Aún sabiendo que el sopapo estaba garantizado. ¡Bendita inocencia! Maldito orgullo, vanidad o condescendencia. Los ojos se vuelven más claros a la vez que el corazón se embarra. Y, ¿De quién es la culpa? De los rasguños del alma. De las heridas que jamás cicatrizarán. Del miedo a volver al error. De la falsedad que cobija una verdad impura, desleal a lo que la razón busca.

Pero existe un pequeño tragaluz en las entrañas, que deslumbra con fuerza cuando las sombras se marchan. Que nos evoca los sueños que algún día tuvimos. Que sin saberlo seguimos teniendo. Quizá menos cuerdos, más huidizos e imposibles. Pero tan reales que se clavan como dagas en una piel con recuerdo, con una reminiscencia que fluye a la mínima ocasión. Que salpica dejando manchas inverosímiles, inviables e insuperables.

Porque no lo negaré, sentada sobre estas piedras tuve sueños. Sentí cosas distintas a las que siento hoy. Soñé con palabras que nunca pronuncié. Y tuve miedos que más tarde sorteé con pulso firme. Y ahora estoy aquí. En el mismo punto de partida. Dos corazones latiendo con fuerza, una ilusión que crece sin medida. Y me siento afortunada. El gozo no me cabe en el pecho y siento que poco más y exploto. Siempre lo he sabido. La felicidad es esto. No puede ser otra cosa.

Hoy también me iré. Dejaré aquí mis pensamientos, como quien los deja en una botella y los lanza a la profundidad del mar. Dejaré aquí una huella inapreciable para otros. Y como siempre, esperaré volver. Uno nunca sabe cuando lo hará, pero sí la intensidad con la que lo estará esperando.

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Son muchos años ya, muchas personas y un mismo lugar. Pero toca volar por otros cielos. Sucumbir a las profundidades de lo nuevo y dejarse impresionar. Nuevo mes. Nuevos proyectos y nuevas ilusiones. También viejas glorias renovadas. Seguiremos al pie del cañón. Esperando parajes en los que perderse o volverse a encontrar. Porque siempre lo he sentido así. Septiembre es el folio en blanco. La libreta nueva. La agenda escolar impoluta. Los libros forrados. El material que con mimo preparamos. Son caras nuevas, otras con las que nos reencontramos. Es el punto y aparte después de una pausa merecida. Es, al fin y al cabo, un inicio de año. Un renove para empezar de cero. Sin vicios. Sin sombras. Sin miedos.

¿Comenzamos?

Próxima parada

Todas las personas se encuentran librando alguna batalla. Eso es así. La vida es así. Nadie dijo que las cosas buenas fueran fáciles y mucho menos que estuviéramos exentos de tener que sacar la artillería pesada en el momento más inoportuno. No importa lo rosa que sea tu vida o lo mucho que te gustaría que fuera.  Estamos en el punto de mira, listos para ser sorprendidos a la mínima de cambio. Somos objetivos en potencia desde el minuto uno de vida, puede que incluso mucho antes.

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A pesar de la continua lucha que tenemos que guerrear y obligatoriamente ganar, soy de las personas que piensan que incluso toda esa “mierda”, perdón por la expresión, merece la pena. Siempre lo hace, porque cuando vengan las cosas buenas, que llegarán, como el arco iris después de una inmensa tormenta, sabremos el por qué, la razón, y entenderemos todo aquello que entonces nos resultaba imposible. Lo bueno llega, tarde o pronto pero llega. Y también se que la fluctuación y ese ininterrumpido vaivén de “bueno y malo, de peor o mejor” nos hace reconocer, constatar y valorar infinitamente más cada momento, cada intersección en la que nos encontremos sin saber a dónde tirar.

Viajando en el metro, en uno de esos días que no hay prisa, me puse a observar a la gente e imaginar sus vidas. Un niño de no más de cinco años no dejaba de intentar llamar la atención de su madre sumida en la esclavizada vida tecnológica. Hacía carantoñas, no dejaba de moverse de arriba abajo, le acariciaba el pelo, la peinaba con sus regordetes dedos, e intentaba él también ser partícipe de la conversación vía WhatsApp que posiblemente ella estuviera manteniendo. Era pura y sencillamente un grito de socorro, de aviso, de “estoy aquí”. Su pequeña lucha, su “hacerse notar” me conmovieron profundamente y me hicieron reír. Aprendemos rápido y desde bien temprana edad ya nos conocemos todos los recovecos necesarios para pegar la fuerte patada en el suelo y decir “basta”.

Unos metros a mi derecha un chico joven con los cascos puestos, la música excesivamente alta y mirada perdida. Quizá dejándose llevar por todo ese ruido que a vista de otros no dice nada y a él se lo dice todo. Seguramente encerrado en el mundo que solamente él cree entender. Huyendo, volando, reivindicando su lugar. Expresándose a su manera, sintiendo a su manera. Evocando. Imaginando. Creyendo que algún día llegará. Dando color a las sombras. Ahuyentando el miedo haciéndose notar. O escondiéndose de aquellas cosas en las que no cree. Un minuto para sí mismo. Una canción que parece esconder la óptica idónea para presumir de un deseo. Le habla de lo que vive y grita por él. Y se siente a gusto, resguardado, cobijado entre el calor de palabras, sonidos, notas, acordes de guitarra.

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Una mujer mayor me mira y yo la miro a ella. Sólo observa, como yo. Tiene las manos entrelazadas y una manicura cuidada, perfecta. Alguien me dijo una vez que las manos delatan, que hablan por sí solas. Yo también lo creo. Las arrugas surcan el dorsal de su mano, la perfilan y endulzan. Lleva alianza, siempre me suelo fijar en ello. Creo que debe ser luchadora, fuerte, no sé, lo noto. A pesar de lo dura que puede haber sido su vida no debe perder la esperanza, sus ojos le siguen brillando, ahí debe haber mucho amor. Habrá abrazado mucho y reído, también llorado. Habrá curado heridas a besos y corazones rotos con chocolate caliente y abrazos a montones. Tiene que ser metódica y dulce. Casi puedo ver plasmados en su cara la infinidad de besos que ha recibido. Debe dar mucho sin esperar nada. Me recuerda a alguien. La veo un poco a través de ella. Se acaricia el pelo y suspira. Es su parada. Poco a poco se incorpora y con paso lento se marcha. Ha enternecido mi corazón y ella sin saberlo. Ya ves. El halo familiar y de confort que ha dejado me acompaña rato después. Eso me sorprende, la capacidad de crear sensaciones en otro, incluso ajeno a nuestra propia vida, sin conocernos.

Una pareja de quinceañeros discuten. Él levanta la voz, ella murmura palabras sueltas, como si de un susurro tratara. Automáticamente dejan de hablar. Ella clava la mirada al frente y él cabecea al son de sus pensamientos. Quizá indignado, enrabietado o cabreado. Las fracciones de su cara comienzan a suavizarse. Aún así no cede. Ha decidido guardar silencio. En otro momento será. Ella sigue absorta, ensimismada. No tiene prisa y tampoco le incomoda la situación, parece tranquila, está dispuesta a olvidarlo todo, a caminar a paso lento y Dios dirá.

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El amor es un poco eso, bajar la guardia, tomarse un tiempo para respirar. Es conocer al otro. Dejar de tirar en contra dirección. Ceder. Soltar el freno.

El amor es paciencia y comprensión. Lo debe ser incluso sin entender nada. A veces no se necesita más que el silencio, saber que el otro estará ahí incluso cuando saque a relucir su peor faceta. Porque la vida está llena de momentos realmente bellos con personas imperfectas. Hoy le toca a él y mañana será ella.

Lección aprendida.

Suena el aviso de próxima parada. La mía.

Tú y yo nos vemos otro día.

Oveja negra

Oveja negra. Siempre he detestado ese calificativo, esa connotación negativa que viene implícita por sí misma. Ese “fuera de lugar” que implica dejar al margen, ser contrapuesto a lo que otros esperan, salirse del estereotipo, romper los moldes, diferenciarse. Y parece que eso es malo, te tildan de raro, de rebelde, de caso perdido… ¡Ay con los casos perdidos! Que posiblemente no hagan otra cosa que encontrarse, que buscar esa exclusividad que con el tiempo se ha ido perdiendo. Se pierde lo auténtico, lo real, lo de verdad. Y queda toda esa sarta de mentiras, de falsedad, de postureo, de buscar la propia identidad en base a otros, de construir sobre cimientos que se balancean. Aprobación, esa es la auténtica cuestión. La necesidad de sentirse parte de algo, de echar raíces en algún sitio, de pertenecer a un grupo, de experimentar la grata sensación de estar seguros. Protección. Uno se siente más protegido cobijado entre un baño de multitud, porque la soledad asusta, aterroriza, siempre lo hace, aunque lo neguemos.

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Y ese es el error. Pensar y dar por sentado que sin moldearse en base a las estipulaciones dadas no formaremos parte. No sumaremos. No construiremos. No forjaremos. Demasiados nos y falta de agallas, o comprensión, llámalo como quieras. O echarle un par de narices a la vida.

Y pensándolo bien, ¿Quién puñetas fijo esas bases? Alguien que posiblemente quería tener al redil bien cerca, controlado, vigilado. ¿De verdad alguien puede querer vivir siguiendo las coordenadas de un mapa en el que no se encuentra? Una estrella brilla por sí misma, y precisamente eso es lo que la convierte en un astro genuino y excepcional.

Debería estar prohibido aunque fuera moralmente parecerse al resto, seguir el guión, la pauta marcada. Deberían educarnos para volar, dejar a un lado complejos, inseguridades y “ser” en todo nuestro esplendor. Poder ser cada cual la manifestación de lo que siente, de cómo lo siente, de cómo ve las cosas, o cómo desearía verlas. Sin coartar sueños, ni deseos, sin limitar la personalidad a base de sutiles “correcto”,“incorrecto”.

Me fascina la gente auténtica, la que no teme a nada, la que no se gira en busca de aprobación, ni siquiera cuando dice lo que piensa. La que todas las mañanas se pone el mundo por montera, y no espera, “ES” y luego ya se verá.

A largo de mi vida he tenido la suerte de tropezarme con personas así, suelen escasear, pero muy de vez en cuando aparecen y te deslumbran. Y te quedas cegado por toda esa luz que irradian. Pero poco a poco consigues verlas, deshojar todo lo que les envuelve y admirarlas.

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Son personas a las que les ha costado estar donde están, que no han tenido fácil la vida, porque ha habido rechazo o incomprensión, o simplemente desconocimiento. Nos cuesta endemoniadamente empatizar con aquello a lo que no acostumbramos. Y automáticamente, sin apenas darnos cuenta, dejamos de lado, arrinconamos y negamos.

Deberíamos decir “basta”. Deberíamos decir “hasta aquí hemos llegado”. Cambiémoslo.

Cambiemos lo apropiado por lo natural, por lo que sale del alma, la espontaneidad, la risa ridícula, los gritos de felicidad, el llanto sincero… ¿Quién querría a alguien que expresa la felicidad y la tristeza de la misma forma? ¿Quién admiraría a alguien del que pueden conocerse sus reacciones antes de llevarlas a cabo?

Si quieres sonreír sonríe sino no lo hagas. No porque últimamente esté de moda eso de “la sonrisa es lo único que pega con todo” “sonríe siempre” “levántate sonriendo” ¿Pero qué clase de idioteces son éstas? Hazlo cuando te apetezca, cuando estés de humor, hazlo porque sí, pero porque tú lo quieras. No regales sonrisas a quién no las merezca. Sé tú. Y muéstrate tal cual eres. Con tus cosas buenas y malas. Con tus días y tus noches. Como una sabia Marylin dijo:

“Soy egoísta, impaciente y un poco insegura. Cometo errores, pierdo el control y a veces soy difícil de lidiar, pero si no puedes lidiar conmigo en mi peor momento, definitivamente no me mereces en el mejor”.

marilyn guapa

Lo blanco está sobrevalorado, lo pulcro, lo limpio. Embadúrnate de ti mismo, mánchate enterito de barro, cáete y levántate, vuelve a caerte. Experimenta, investiga y déjate llevar. Sé oveja negra o roja, gris o multicolor. Sé lo que sientas que eres. Cree y sigue creciendo.

“Era la oveja negra de la familia, pero una parte esencial de ella” (Rabih Alameddine)