Aquellos maravillosos años

Hay etapas de nuestra vida que quedarán para siempre en nuestro recuerdo  y los bautizaremos a menudo como “aquellos maravillosos años…”. Sonreiremos al recordarlas y nos resultará imposible evitar ese suspiro de nostalgia que conlleva todo lo que no vuelve y nos ha hecho inmensamente felices.

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Somos un cúmulo de lo aprendido, de las vivencias que hemos ganado y las personas que hemos perdido. Somos lo que pensamos, lo que hacemos, lo que sentimos. Crecemos con cada decisión y volamos con cada sueño. Hacemos equilibrio entre aquello que nos gustaría ser y aquello que somos.  Y el resultado se advierte en un simple momento, el aquí, ahora, hoy. La decisión de esperar cinco minutos más. Café o té. Llamar o colgar. Irse o quedarse. Estar o parecer estar.

Suelo escuchar el temido “cualquier tiempo pasado fue mejor” con muchísima asiduidad, normalmente en personas que por algún motivo dejaron sus ansías de lucha olvidados en algún rincón, entre trastos viejos e inútiles y montón de recuerdos en los que ampararse para poder contar. Personas que viven ancladas a un pasado, posiblemente ya muy lejano, y aún así lo sienten como si fuera ayer. Con la nitidez de un rayo de sol entrando por la ventana en una mañana de verano. Con la frescura de la hierba recién mojada y su maravilloso aroma. Con la calidez de las brasas que emanan de una chimenea expectante de magia, quizá a la espera de la ansiada noche navideña, entre turrones, vino, compañía excepcional e historias que nos hacen sentir en casa. Rodeados del calor del hogar. Protegidos del frío que se estrella contra los cristales de las casas. Recuerdos en mantas de cuadros, botas de borreguito y galletas de jengibre. Risas que engrandecen a uno y lo sitúan en la cúspide de la felicidad.

Recordar es viajar a un pasado que se aleja más y más. La llave que encierra un tesoro escondido en el fondo del mar. Es la capacidad de teletransportarse en el tiempo, con unos años menos, sueños de más y sonrisas que parecen eternas. Es volver a sentir la ternura que sugiere un abrazo cuando emerge del epicentro del corazón. El suave tacto de sus manos recorriendo milimétricamente mi cuerpo. Y la llama que se encendía de la pasión de dos miradas que lo decían todo. Sinceras, puras y apasionadas. Tanto como pueden ser dos almas que no han sido heridas, que aman sin control y se entregan con desenfreno. Porque quizá sólo se ame así una vez. Sin medida, sin forma, sin ningún tipo de miedo. A cara descubierta y dando todo por nada. Luego ya llega el turno de los parches, de las heridas, cicatrices que moldean la misma esencia y te hacen estar alerta, más astuto, más cauto, menos libre. Pero no es más que la vida misma, que te sitúa donde tienes que estar, con las personas que debes hacerlo y las circunstancias que llegaron sin pedir explicación, ni motivos.

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Recordamos continuamente fechas que dejaron huellas impresas a fuego en un rinconcito de nuestro ser. Como un tatuaje que nos acompañará de por vida. Y éste no tiene tinta, ni se borra con láser. Pero es tan vívido que nos hace temblar de emoción, llorar sin control y reír sin límite. Son secuencias de momentos que nos invaden de júbilo o de frustración. Nos recuerdan lo más o menos entusiastas que pudimos llegar a ser. Lo más o menos valientes. Pero todo se desvanece de pronto y vuelta a la realidad. Hoy somos lo que somos. Tenemos a las personas que queremos o hemos podido conservar. Todo es cíclico, la vida en sí lo es, no deja de moverse, de perseguirse, de encontrarse. Y es cuando me paro a pensar en todo ello, cuando comprendo la importancia que tuvieron las personas que compartieron conmigo todos esos y muchos más momentos. Fueron todo. Aún lo son todo. Al final, el con quién siempre prevalece sobre todo ese decorado que no hace más que impresionar. Todo se reduce a nada cuando no hay con quién compartir, con quién reír, con quién cantar, con quién amar, con quién arriesgar.

Tuve suerte de las personas que pasaron raudas por mi vida y las que decidieron quedarse. Tuve suerte en mi etapa estudiantil por las amistades que nacieron y a día de hoy perduran. Tuve suerte de entrar en aquel viejo café y tropezar contigo. Encontrarme ataviada de libros, bolsas y paraguas, y ser la destinataria de tu jocosa mirada. Me invitaste a un café y lo rechacé. Debí parecerte una borde insociable. Me alejé a zancadas sin mirar atrás. Me resguardé en aquella mesita apartada en un rincón. Alejada del murmullo incesante. De los pensamientos infructuosos. Y el golpeteo de los dedos sobre las teclas de un portátil. Trabajo y más trabajo. Y yo sólo quería huir de él. Alejarme por un instante de todo ese mundo que avanza a la velocidad de la luz. Que exige que nosotros también lo hagamos. Que nos preparemos, que luchemos, que seamos invencibles. Que cabalguemos a marchas forzadas. Sólo necesitaba un PAUSE. Bajar el volumen y adentrarme en mi mundo. Relajarme. Olvidarme. Sentirme plenamente yo. Sin estar condicionada a unos cánones que exigen infinitamente más de lo que deberían. A unas pautas difíciles de seguir por todos. A un ritmo que exaspera a cualquiera. Y no te diste por vencido. Volviste minutos después con un croissant entre las manos y gesto afable. Intestaste hacerme reír y lo lograste. Y me ganaste un poco más. Un poco mejor.

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Hoy, algo en mi gritaba por todos esos recuerdos, por todas esas voces que la rutina y el tiempo, se encargan de ir apagando.  Y a pesar de que me gusta como lo que más navegar en el baúl de los recuerdos, agradezco inmensamente el hoy. Todo lo que tengo y lo que está por venir. Que estoy convencida que no dejará de ser mejor y mejor cada vez. Superarse si es posible, que siempre lo es.

Estoy  plenamente convencida de que todo suma y preparada estoy, a la espera de este invierno que se presenta dulce, muy dulce, extraordinariamente dulce.

Deseo lo mismo para todos vosotros.

Besos con sabor a algodón de azúcar.

Sentir y hacer sentir

Nos definimos más por lo que hacemos que por lo que pensamos o decimos. Pocas veces recordamos las palabras de otros, que también. Hay determinadas ocasiones en las que una palabra dicha en el momento oportuno, trastoca la vida de uno por completo. Puede llegar a ser el eslabón que faltaba para coger el impulso necesario para saltar allá donde se quiera. Puede ser también el aviso indispensable para un punto y final. Para cortar las alas o reconstruirlas tan rápido como sea posible. Puede llegar a ser incluso el comienzo de una gran amistad o romper por completo años y años de confianza, de lealtad.

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Una palabra en sí no dice nada, pero en determinado contexto, momento o situación puede decirlo todo. Puede cambiar puntos de vista e incluso romper lazos que parecían indestructibles. El poder en un par de sílabas, en una frase escueta o parrafadas de líneas.

Estaba pensando el otro día en ello. En como un impulso desafortunado puede derivar en montones de palabras superpuestas una encima de la otra, como si hubieran sido escupidas de golpe, y terminar siendo el mayor desastre jamás acontecido. Puede terminar en charcos de sangre y mucho peor, hiriendo un corazón.

Si antes he dicho que nos definimos más por lo que hacemos lo retiro. Firmo aquí mismo mi renuncia a esas palabras, que conste en acta. CREO y ahora sí, que nos definimos por lo que hacemos sentir a OTROS.  Y eso, indiscutiblemente acompaña a la palabra y al hecho. Siempre recordaremos que “fulanito o menganito” nos hizo sentir tal o cual cosa. Al igual que otros nos recordarán por lo mismo. Por haberles hecho reír, llorar, pensar. Haberles hecho sentir a gusto, sentirse en casa, arropados, cobijados de la jauría. Haber sido capaces de crear en otro sensaciones, emociones que florecen de los poros de la piel, que se perciben con sólo tocarse.

Que son tan tangibles como invisibles. Y aún así tan ávidas como cualquier huracán. Que pasa atropelladamente por nuestra vida para ponerlo todo patas arriba y avisar. He estado aquí, lo he movido todo, ¡Reconstrúyelo! Comienza de nuevo. Otra oportunidad. Un aviso. Una ayuda para reiniciar, incluso para formatear tu vida y que no quede ni rastro de lo anterior. No fue. No existió. Nunca formó parte. Cuaderno nuevo. Folio nuevo. En blanco.

Es necesario cuidar y mimar cualquier detalle que salga por nuestra boca en forma de palabras. Para personas como yo, bastante impulsiva a ratos, quizá se necesiten buenas dosis extra de contención. De saber morderse la lengua. Contar hasta diez o hasta mil si hace falta. Irse a caminar, respirar, e incluso dormir y al día siguiente será. Que en frío se digiere mejor. Que desde la otra punta de la orilla se vislumbra la isla en toda su magnitud, completa, con la totalidad de sus partes. No es una ni dos, sino millones.

Puede que al final me quede con eso. Con las sensaciones que me evocan las personas que pasan por mi vida. Por lo que me han hecho sentir. Por la caricia que sentenció el inicio de mi historia de amor. Por el roce de su mano sobre mi mano. Por la textura y la suavidad de sus labios, que sentí con mis ojos cerrados. Que no vi. Por la melodía que fluye y brota de entre las cuerdas del arpa. Por sus manos dibujándola, dándole forma a una canción que puede interpretarse y SENTIRSE de mil formas distintas. Y evocar recuerdos. Y transformar el momento. Pasando de día gris, opaco y sin brillo al maravilloso y resplandeciente romanticismo que aportan unos acordes, unas bellas vistas de la ciudad, la gente en silencio escuchando, unos aplausos de fondo, las palomas dejando entrever y corroborando la esencia misma que nace de un minúsculo, insignificante e inolvidable instante. Insuperable.

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“Me gustaban sus caricias y su pelo, y sus horas que eran mías, y mis labios en su piel. Y el aroma de ese perfume indiscreto que acostumbraba en el cuello donde tanto le busqué” .- Fernando Delgadillo.

Y es que te digo también, que ni siquiera es exclusividad de las personas, los lugares, la música, el sol sobre la piel, la lluvia arrastrando lo viejo, limpiando los traspiés errantes de la gente corriente, una flor vana, superflua, carente de signos vitales, olvidada, despojada de su razón de ser, también es arte y sensibilidad, también es amor y sentimiento. Y puede encender un corazón y enarbolarlo, dejarlo por siempre tocado, de una pureza y majestuosidad inusitada.

Hoy, cierro los ojos y elijo un momento de la semana. Una pequeña capilla, invisible para infinidad de viandantes que transitan sus calles a diario. Que no se percatan de su belleza decadente. Una música celestial, cantada a capela por una mujer, una voz prodigiosa, fuerte, capaz de transportarte a cualquier otro lugar con solo cerrar los ojos. Algunas velas perfilan los recovecos del oratorio. Unas lámparas de hierro caen del techo y presiden la estancia. Y de repente, sin más preámbulos, algunos presentes se suman a la canción. Voces melodiosas. Belleza indescriptible. Y yo, apartada del resto, soy testigo de toda esa magia. De toda esa aura que ha creado una suma de elementos.  Soy participe, me han hecho participe de alguna forma. Porque también estoy. Y desde mi discreta posición no puedo sino emocionarme. Dejar brotar las lágrimas por sí solas, sin presión, sin querer ocultarlas. Que no me avergüenzan. Dejar de pensar en el que dirán, en salir con la cara chorritosa de rímel. Disfrutar del momento. Del aquí. Ahora. Respirar profundamente sabiendo que este momento es único y jamás se volverá a repetir. Soy una privilegiada y hoy soy consciente de ello.

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Y tú, ¿Qué o quién te ha hecho emocionarte hasta dejarte perpleja y sin explicación alguna? Tiremos de la lengua. ¡También te ha pasado!

El poder de sentir y hacer sentir. Nada incomparable. Momentos que guardaremos para ti y para mí. ¿Los compartes?

 

Llámalo como quieras

Dicen que las oportunidades se presentan sin avisar. Que hay que estar alerta, porque cuando lleguen tendrás un promedio de dos segundos para lanzarte a ello. No habrán pausas, ni siquiera se te concederá el minuto de gracia. Será ese momento o no volverá a ser. Te quedarás con cara de bobo, con las maletas apelotonadas en tus pies mientras el viento revuelve tu cabellera y el tren que no cogiste pasa a una velocidad de vértigo que te impide ver con claridad todo lo que ya no podrá ser.

buen viaje

Te culparás. ¿En qué maldito momento? ¿A qué maldita hora? Pero será tarde. No habrás sido lo suficientemente rápido para abalanzarte a él. Te perderás pensando las manos que te harán falta para embarcar el equipaje, sin saber que lo verdaderamente importante estará dentro, que no hace falta más que la muda que llevas y un salto bien grande que consiga meterte dentro sin dilación.

No es la vieja estación de tren. Al igual que no es el destartalado reloj que cuelga de la pared. No será el tiempo que tardaste en llegar. Ni los minutos perdidos acordonándote los zapatos. No fue aquel amor. Ni siquiera los que vendrán. No fueron excusas. Fue más bien el miedo que te impidió avanzar. Las razones que quisiste encontrar. Fue la balanza de “lo que soy” y “lo que me gustaría ser”.

Es esa milésima de segundo que parece extenderse en el tiempo, que consigue paralizar tu mente. Es esa fracción de segundo por la que pasan miles de fotogramas con su particular visión de los hechos, y sus consecuentes viñetas anexas de futuras consecuencias. Es esa perfección y ese miedo al fracaso, al error que puede conducir a un perpetuo arrepentimiento.

Pero ya escarmenté una vez. Te arrepentirás de todo lo que te hayas perdido, de nada más. Porque lo hecho devengará en un logro o un mero aprendizaje.

Muchos dicen que las oportunidades. Creo que yo me quedo con las LOCURAS. Esas por las que mueres de risa al recordarlas, las que hacen sonrojar tus mejillas o las que te hacen llorar como si no hubiera última vez. Son esas que compartiste, que quedarán guardadas bajo llave en el cofre de “nunca saldrán de aquí”. O aquellas que salieron como una fecha del corazón, un impulso insensato y que tú mismo siempre negarás.

Las mejores son las que no se piensan, porque si se hace dejan de serlo. Son esas que al recordarlas te avergüenzan, las que hacen preguntarte ¿De verdad fui yo? ¿Y lo hice? Porque por mucho que quieras aparentar y dar a entender que simplemente devino de una enajenación transitoria y que por el jamás de los jamases volverás a repetir, sabes que mientes, que un mini tú se reconcome por dentro de la risa y te dice que te gustó, que acertaste, que lo que va delante no te lo quita nadie.

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Todos las tenemos. Al igual que aquellas que no hicimos. Y confiésalo, esas duelen infinitamente más. Se quedarán ya para siempre en el montón de lo que pasó de largo, y da mucha rabia, porque las tuviste en tus manos y las dejaste caer. No puedes volver atrás ni puedes hacerlas ahora, fueron entonces y ya no son.

La mayoría van ligadas a un periodo de tiempo, las circunstancias cambian cada vez que la aguja del reloj avanza, porque ya sabes, nada se detiene, ni siquiera todo lo que esperas hacer. Los años cambian la perspectiva de las cosas y las situaciones, y lo que en ese momento pudo haberse hecho con los ojos cerrados ahora no es más que un imposible.

Lo hubieras hecho, si volvieras atrás lo harías. Ahora todo es diferente, el color ha cambiado y las personas también, incluso tú lo has hecho.

Ahora mismo la tienes en mente. Sabes perfectamente de lo que te estoy hablando. No sé si será él. Si un par de besos no le hubieran hecho daño a nadie. Si fue el trabajo absurdo que no te atreviste aceptar. No sé si fueron las ganas de salir corriendo, pero algo te frenó los pies, y ahora hubieras sido más valiente, más libre. No sé si fue aquel avión que voló sin ti. El que te dejó vacía y sola, con billete de ida entre las manos, y sueños que finiquitaste a golpes de “sí o no” en una butaca negra de un aeropuerto aún más negro. No sé si fueron las palabras que no salieron de tu boca o aquella indiferencia que escogiste mostrar, y que poco a poco te consumía el alma. No sé si fue esa infinidad de veces que cogiste el teléfono, marcando una y otra vez el número para colgarlo al instante. No sé si fue la maldita canción o aquellas palabras que salieron de no sé donde las que frenaron tus pies, las que cortaron tus alas y las que atestiguaron ese infructuroso saco de “posibles”.

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“La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma, que cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca” Heinrich Heine.

Y es que a veces, solo a veces, lo que comienza con un simple trastorno, o llámalo como quieras, puede terminar siendo alguno de los mejores recuerdos.

Vuélvete loco un rato. Vuélveme a mí contigo.

P.d: La locura siempre nos llevó a amarnos un poco.

Pero

El “pero” es la palabra más puta que conozco. “Te quiero, pero…”; “Podría ser, pero…”; “No es grave, pero…”. ¿Se da cuenta? Una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era, o lo que podría haber sido, pero no es.

Ernesto Sacheri. El secreto de sus ojos.

chica ciudad

El “pero” siempre cambió algo. Destrozó miles de momentos que volaron para no volver. Siempre hubo algo en la palabra que me produjo rechazó. Se utiliza para enmarcar o suavizar una realidad, y eso es lo que me enfada, lo que me produce pavor y hastío. Cuando alguien quiere decir algo prefiero que lo diga sin más, sin rodeos, sin camuflar el verdadero fin del mensaje.

Estamos demasiado preparados y concienciados a ser políticamente correctos. A decir aquello que el otro necesita escuchar, y es cierto que la empatía es completamente necesaria para las relaciones humanas, pero dependiendo del contexto y, del momento. No sé vosotros, pero yo agradezco infinitamente cuando alguien me mira a los ojos y con toda la sinceridad que es capaz de sentir me dice lo que piensa o siente, así, sin florituras.

No hablo de ser terco, ni maleducado, hablo de no tener que justificar cada sentimiento.  De soltarlo libre y voluntariamente, sin peros, sin porqués. A veces esa justificación encuentra amparo en la culpabilidad, en la necesidad de excusarse, de explicarse, de intentar hacer ver al otro aquello que uno ve o siente.

chica teléfono

<<Te quiero>> Sin más, sin explicación, sin coletilla. Y, es obvio, y queda ya implícito que habrán millones de razones tras esas palabras. Pero yo, con toda mi determinación, con mi autenticidad, con la honradez y la vulnerabilidad que ese “te quiero» produce, lo pongo en tus manos. Y, posiblemente, ese sea el sentimiento más puro y sincero que existe, aquel en el que la explicación queda fuera de lugar.

El “pero” deja posibilidad en el aire. Y, a veces, la conclusión es tan necesaria como respirar. Esa maldita palabra deja inconcluso un hecho, una situación, un afecto, un pesar.  Nos deja inacabados inclusive a nosotros mismos. Y siempre resulta necesario avanzar, cerrar una etapa para poder continuar.

El “pero” masacra todo lo dicho con anterioridad. Automáticamente anula cualquier tipo de sentimiento creado en el receptor desde el inicio de la frase hasta la maldita palabra. Y eso no gusta. Entorpece cualquier tipo de relación humana. La extermina hasta no dejar ni rastro de todo lo mencionado.

Mírame a la cara y dime lo que sientes. Que las dudas resbalan por las palmas de las manos si las unimos. Que no existe miedo contigo, que la vida es inestable y tú el motivo que sostendrá mis pilares. Embárcate en la aventura más alucinante de tu vida. Sin amarrar excusas. Apostemos por un “All-in” sin cartas, a lo loco, sin ataduras, o todo o nada. Que determinadas cosas funcionan así. O apuestas o te lo pierdes.

besos pareja

Mírame y dime que serás capaz de sobrevivir sin mí. Que podrás vivir anclado en temores irracionales. Que lo imposible es “posible” si eliminas el IM, así de simple, de sencillo. Las dificultades las crean tus ojos juiciosos. Desátate el velo que nubla la mirada. Sé capaz de visualizar todo cuanto te pido. Que el amor es saltar al vacío.

Mañana será demasiado tarde, existirán demasiados “peros”. Hoy estoy aquí, ahora, desnudando mi alma. Pidiéndote y amándote a gritos. Que en la oscuridad de la noche lo veo, incluso en tinieblas lo siento. La luz existe contigo. Permíteme vivirlo. Permítetelo a ti mismo.