Todo parecía relativamente sencillo, el tiempo se ralentizó para que tuviéramos tiempo, para saborear el momento, parecía que se alineaban los planetas para que tú y yo nos encontrásemos en el lugar exacto en el que queríamos estar.
Me acariciabas la mano, y el sol nos acariciaba a ambos. El olor de la hierba mojada era la protagonista de la escena que decidimos enmarcar para poder rememorar a nuestro antojo. Decidimos sernos fieles a nosotros mismos, esa misma sinceridad se irradiaba en los ojos, ajenos al mundo, solitarios y agazapados, en recónditos paisajes testigos de todo el amor.
Me observabas, me mirabas y me sentías, porque al final no es lo mismo, se siente cuando el corazón estalla, cuando se vanagloria de exquisiteces inusuales, cuando consigue atrapar el instante dejándolo florecer, haciéndolo recíprocamente agradable.
Y supimos que era nuestro y de nadie más, conseguimos apropiárnoslo, embaucar el momento para asignarle nuestras letras y que no floreciera nada antagónico a nuestra propia esencia.
Ensalzamos nuestras promesas, las sellamos con meñiques enredados, con palabras sinceras pronunciadas por labios lujuriosos exponentes de amores sinceros. Cantos de sirenas, maremotos de sensaciones peligrosas y millones de razones por las que arriesgarse se anteponía a cualquier otro factor carente de sensateces.
Prohibida estaba la unión, la nuestra, por opiniones dispares de familias contrapuestas e influenciadas por un pasado cada vez más lejano.
Y el amor no entiende de forma ni de fondo, ni de razones dichas con egoísmo o con intentos frustrados de conciliación faltos de verdad.
Se trata de exhaustos intentos de mantenerse al margen, de no dejar ser, para acabar siendo todo aquello que es. No conoce barreras ni fronteras, no conoce egoísmo ni falta de razón.
La razón es tan dispar e inconcreta como sentimientos existen. No hay mayor gozo que dejarlo florecer y que ensalce todas nuestras virtudes.
Eso mismo creabas en mí, se creaba en nosotros. Razones que nadie entendía.
Creaste un ramo armonioso, mezclas de flores dispares. Y sonreí, por tu sensibilidad enmascarada, cubierta por fachadas insanas.
Y no resulta justo, verse en la cuerda floja, en mitad del atolladero, por desavenencias externas, pudiendo crearse sintonías hermosas.
Y nos negamos, a caminar separados.