La debilidad de lo imperfecto

Tus imperfecciones te definen. Y no, no es un eslogan publicitario. Es más bien una realidad que desechamos casi de forma automática. Sin atisbo de duda, sin apenas titubeo. Enloquecemos ante la mínima fisura marcada por un canon predefinido, y es precisamente eso lo que hace balancear el bien más preciado, nuestra valiosa autenticidad.

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Exclusividad que se volatiliza, desaparece cuando queremos vernos marcados y enmarañamos y destruimos aquello que nos distingue, que nos hace diferentes, que nos define y define nuestro camino, nuestros zapatos, nuestra forma de andar, de sentir, de ver, observar.

No somos más que marionetas guiadas por personas que han encontrado la fórmula para crear ese tipo de necesidad en nosotros. La misma exigencia de perfección que nos intentan camuflar e introducir con calzador.

Y es que la perfección no es más que un cúmulo de imperfecciones. Tú eres extraordinariamente perfecto con tus millones de imperfecciones. Eso es así, y deberás ser consciente de ello, de tu potencial, de tu aptitud, de toda esa capacidad imperecedera.

Porque sí, lo eres, así, sin más. Y te lo digo con la sinceridad por bandera, con el corazón en la mano. Y no te vendo nada. Solamente intento transmitirte y decirte aquello que por la razón que sea te niegas a ver.

Nuestras propias barreras las creamos nosotros, nos autolimitamos, nos empequeñecemos, nos cortamos las alas. ¿Qué fue de aquello que siempre soñaste? ¿Dónde fueron todos esos proyectos? ¿Dónde quedaron las ideas, las ganas, la ambición?

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Te coartaste tu propia libertad, se te puso más o menos difícil, pero la decisión la tomaste tú y solo tú.

Me da rabia, mucha rabia, ver como continuamente nos fijamos en nimiedades, en absurdeces que determinan una actitud, y al final nos movemos guiados por ellas. Creemos tener el poder, y las inseguridades que guardamos como si de un tesoro tratase son las que marcan las pautas, las que determinan nuestra forma de actuar y al final son ellas las que rigen nuestros pensamientos, hechos y acciones.

No se trata de años ni de experiencia, se trata de encontrar la forma de aceptar aquello que de alguna manera vemos “atípico” como una oportunidad para distinguirse, para crear la marca que nos defina, que nos haga ser.

Somos tan poco coherentes y estamos tan limitados que somos capaces de observar en otro aquello que a nosotros nos horroriza y admirarlo.  Por millones de razones, porque desprende personalidad, madurez, identidad, carácter… Y eso nos asombra, definitivamente enamora. Una persona capaz de jugar y engrandecer aquello que la hace diferente es sin duda digno de admirar. Yo me quito el sombrero ante ello. Adulo ese tipo de caracteres irresistibles.  Es una debilidad personal.

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Somos mucho más que todo eso. Estamos por encima de cualquier estereotipo prefijado por alguien que decidió llamarlo “perfecto”.

Porque seamos sinceros, ¿Alguien puede definir perfección? ¿Perfecto? Sus significados son vagos y ambiguos. Porque posiblemente sea la palabra más subjetiva que exista. Y ahí, precisamente, reside el encanto. En lo intrínseco de la palabra, en lo individual.

Sal a la calle, cálzate lo mejor que tengas, porque tienes mucho, mucho que ofrecer al mundo.

Inventa, construye, proyecta y descubre las millones de cualidades, imperfecciones y perfecciones que hacen de ti ese ser extraordinariamente PERFECTO.

Las excusas son para los cobardes. Ahí lo dejo.

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Ya no será.

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-Llámame Zoe. A partir de ahora me llamo así, entre nosotras.

-¿Por qué?- Pregunté asombrada.

-María es demasiado normal, y quiero ser diferente, quiero sonar diferente.

Y nunca comprendí ese empeño que tenía en ser otra persona. No sé si huía de algo o si sencillamente quería encontrarse. No sé si efectivamente el único anhelo era el de ser distinta, distinguirse en algo, florecer. No comprendió o no se dio cuenta que ella era de todo menos normal.

Era de ese tipo de personas que de primeras asustan, por su carácter despreocupado, por esa inquebrantable personalidad. O las odias o las amas. No existe término medio. Ella era así, tan extremista en todo lo que hacía. Esforzándose por hacerse notar, por dejar huella y serigrafiar momentos.

No existía la palabra tabú, con ella todo era posible. Conectamos desde el primer momento. Nos asemejábamos en millones de cosas imperceptibles para el ojo humano. Y, sin embargo, esas pequeñeces que nos diferenciaban eran las más visibles, las que quedaban mostradas y perfectamente tangibles a la primera de cambio.

Ambas veíamos en la otra aquello que nos faltaba. Yo, una niña buena, con una vida correcta, caminando a pies de puntilla, para evitar pisar charcos, para evitar ensuciar ese halo de perfección, con una vida predispuesta a lo que parecía el éxito.

Ella, sin rumbo fijo, pisando fuerte, con la cabellera enmarañada, de dudas, como su mente, como su mundo fantástico. Sin reglas, sin horarios, con el aquí y ahora. Con la predisposición al salto, sin cuerda, con los ojos vendados, sin aflojar, de sopetón, todo de una. Y sorprendía, siempre lo hacía. Con esas ocurrencias que solo podían salir de alguien sin miedo.

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Pero siempre lo supe, que tras capas de fortaleza se encontraba una niña asustada pidiendo auxilio, necesitada de apoyo, de la complicidad que ambas conseguimos capturar.

Nos conocíamos de manera distinta. Creo que fuimos capaces de mostrarnos la una a la otra todo lo que ocultábamos al resto. Esas pequeñeces y sinrazones que continuamente nos afanábamos en camuflar y negar por ser o estar fuera de lugar, por el miedo a cruzar esa línea roja que alguien marcó insensatamente para restringir, para coartar personalidades arrolladoras.

Ella me hacía libre. Sí, como suena. Conseguía apartar de nosotras todas esas cuerdas que nos ataban. No había miedo, ni vergüenza, ni palabras mal dichas en contextos que se esperan. Todo era posible. Absolutamente todo.

-Abre la mano- Me susurró.

Yo, educadamente lo hice, con ese manojo de nervios, sin saber qué me esperaba.

Me arrojó un puñado de monedas, y me apretó fuertemente la mano para que permaneciera cerrada, para no dejarlas ir, como si atesorara algo valioso.

-Tus primeros euros. Ahora ya eres parte de este momento histórico, del cambio de moneda.

Y me dejó pensando, siempre causó en mí ese tipo de reacción, de sorpresa, de reflexión.

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Y sonreí, porque ese tipo de intrepideces eran tan nuestras que solo entendíamos en la complicidad mutua.

-Prométeme que me ensañarás alguna canción de Bach en el piano- imploró casi para sus adentros.

-Sí, quizá algún día.

Y ahí nos quedamos, en esa asidua ensoñación. Silenciosas, agradecidas, satisfechas.

Y algún día nunca fue. Y ya no será.

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